miércoles, 28 de septiembre de 2011

RESEÑA CRÍTICA DE ANTROPOLOGÍA DEL ASCO


Recientemente he realizado una crítica literaria para el Colectivo Iletrados sobre ....

María R, Moreno Molina: Antropología del asco (IV Premio de poesía Caja deGuadalajara-Fundación siglo Futuro), editorial Vitruvio, Madrid, 2011 (Colección Baños del Carmen, 267).

María Moreno Molina, con Antropología del asco, instaura un nuevo concepto de compromiso social y poético, al asumir la misión de dar cuenta de las sinrazones que brotan en y de una sociedad enferma ante la propia injusticia, y vestida de una álgida indiferencia que todo lo ve de manera benevolente e indiferente. Para tal fin, nuestra poetisa tiene la osadía de someter a revisión, desde los proteicos parámetros de Harold Bloom y Jacques Derridá, ya no solo la filosofía de Tomas Hobbes y Nietzsche –sustrato de la propia creación literaria-, sino que también, como propio deber moral, revisita y reformula, dotándola de una impronta muy personal, el transfondo de la simbología cristiana y sus diferentes sedimentos culturales. Asimismo, también somete a análisis su propio yo.


Así, en el primer apartado, “Antropología de la dignidad”, María entiende que la sociedad se ha convertido en esa bestia, en la que su ser más representativo, el hombre – en todo lo extenso de su paradigma-, haciendo uso de la libertad que aparentemente le permite ser más digno, crea una serie de inventos que posibilitan una destrucción más fructífera. En esa maquinaria de mediocridad se ven envueltos niños obligados a ser soldados y el Papa, como en Poeta en Nueva York, de Lorca, que vuelca su mirada hacia otro sitio, convirtiéndose de este modo en la reencarnación de la indiferencia. De la misma manera, en este primer apartado, también hay una denuncia social que acapara diversos frentes: la realidad, en la soledad y el olvido, dentro de la cárcel, donde los sentidos pierden su fin y donde todos los días son una perpetua continuidad del ayer; la sumisión incondicional de la mujer, el trato vejatorio que la mujer ha sufrido en cuanto que ha sido convertida en objeto, dando patente cuenta de que el conflicto surge cuando las fuentes de placer, tal y como señalase Hobbes, hay que compartirlas con otros y se producen las interferencias. Además de lo reseñado, podemos de igual modo encontrar, en esta primera etapa de la escalada poemas en los que María, como miembro de una sociedad, también se autoanaliza y contempla como miembro de este juego inserto en el devenir.

En “Antropología del desvalido”, segundo núcleo de nuestro poemario, nuestra poetisa, consciente de nuestra sociedad teatralizada, en clara consonancia con los parámetros esbozados por Nietzsche en su Genealogía de la moral, se pregunta si las personas encargadas de emitir el juicio saben que en un mundo de apariencias el bueno no es precisamente el mejor y más aparente. También, en este apartado, plantea problemas raciales sobre la necesidad de reivindicación del ser y la naturaleza de las diferentes razas, eliminando la explotación al existir puntos maniqueos en la clasificación de las mismas. A diferencia del núcleo anterior, encontramos, en éste, un tono apelativo hacia la figura del lector, al que insta a preguntarse qué es lo que se esconde detrás de lo que se presenta como realidad. Por ello, nos sumerge en el juicio de los problemas del choque de culturas, las soluciones a problemas sociales, el debate del concepto de igualdad –tan vapuleado- y el problema de los marbetes sociales impuestos siempre desde la mirada canónica, como apuntasen Bloom y Derridá.

En el tercer apartado, “Bestiología del hombre”, hay un revisitación de ciertos tópicos instaurados por una voz innominada en los pedestales de la exquisitez cultural y la mediocridad, que a un mismo tiempo, como la ejecución de las notas de un acorde, son instituidas en el orbe de lo sonoro. El proceso de juicio al que se ven sometidos cada uno de esos tópicos hablan de las diversas patología que hay incrustadas en nuestro vivir y sentir: la indiferencia ante un conjunto de hechos notable (secuestro como hogar e impasividad antes crímenes a la mujer) y los moldes constructivos de una sociedad enferma, en la que ella misma ejerce una presión estética que puede llevar a alguien a afirmar “sin la humillación no sé quién soy”.

Lo más llamativo de este cuarto apartado tal vez sea la poética de la contradicción, es decir, el saberse usurpado y sentir ese trato como necesario para la supervivencia. La interpretación, como su pertinente tergiversación de la realidad para hacerla si cabe más real, da cuenta de ese punto en que la bestia deja de ser tal -su papel ha transmigrado-, para convertirse en parte del yo de la poetisa, porque se ha dado, como en la mística, el encuentro por la vía unitiva -una vez que el alma ha podido contemplar lo necesario de la unión con otra alma y el miedo que produce la idea de desgarrar esa fusión-. Así el yo poético reformula su yo al conquistar la otredad, con el fin de autocompletarse y autodefinirse de una manera más íntegra, superando de esta forma tan peculiar las dos máximas que sintetizan la filosofía de Hobbes: “Homo Homini lupus est” y “Bellum omium contra omnes”

Como conclusión, debo decir que el poemario es un camino de definición del yo, su circunstancia y sus pertinentes postulados hasta la conversión del ese mismo yo en otredad. La poetisa, en este caso María, como representante de la Leviatán del siglo XXI, plantea, en un mundo sórdido de teatro y máscaras con fines no lúdicos, el problema de la verdad, es decir, ¿Quién es quién? ¿Quién es el noble en realidad? ¿Quién es aparentemente bestia y en realidad es el más humano? Asimismo, para finalizar y de manera diseminada, reivindica su derecho a una digna individualidad, reivindica un espacio humano y vital, reivindica el derecho equivocarse como parte del proceso constructivo del ser, reivindica sufrir para poder donar versos y hacernos partícipes de su verdad. Gracias María.

Miguel Ángel Rubio Sánchez