De nuevo, esta vez con su obra Oír la luz, Eloy retoma, aunque con una nueva proyección mucho más dinámica, la línea temática y creativa que ya había atisbado con su obra La certeza, obra con la que acabó con los compases de espera que mantenían en vilo la melodía sentenciosa, melancólica y reflexiva que sus lectores tanto ansiaban y, de la misma manera, dio fin al silencio que media entre La vida y los inéditos, incipientes y embrionarios poemas que incluyó en la recopilación de su obra completa, bajo el título Las cosas como fueron. El poeta ha oído, en su soledad, la luz que le permite a un mismo tiempo crear poemas llenos de vida y desterrar sepultándolas, aunque alguna que otra vez vuelvan a emerger,las sombras que lo tenían encadenado a una melancolía respirada de manera muy sosegada y reflejada textualmente, durante casi dos décadas, de una manera muy elegante. Con Oír la luz, el poeta, ese médium entre lo humano y lo divino, ese ser condenado a asociar con nuevos bríos lo bebido en las fuentes y lo respirado en cada una de la vivencias de la cadena rotatoria que ha de llamarse vida, ha logrado aprender, siguiendo los pasos de Séneca y su estoicismo, que sí, que tal vez sea cierto que detrás del placer esté el principio del dolor...
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